viernes, 10 de junio de 2011

LA EDUCACION LENTA


Conversación virtual entre Joan Domenech y Carl Honore
Lunes, 25 de Octubre de 2010

El movimiento Slow crece desde hace años a un ritmo imparable. Domènech y Honoré son los principales responsables de que también la educación y la vida de los niños y niñas se mire a la luz de esta filosofía. Este es el resultado de una conversación en forma de intercambio de correos electrónicos.
Preguntas de Joan Domènech a Carl Honoré
J.D. En los movimientos de la lentitud (slow food, slow cities, etc) hay un planteamiento común que yo analizo como el de intentar devolver el tiempo a las personas. Este planteamiento tiene unas connotaciones claramente educativas. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
C.H. Sin duda. Aprender es una cuestión de ritmo y timing. Los niños necesitan encontrar retos académicos adecuados a su estadio de desarrollo y que se les dé el tiempo suficiente para procesar lo que están aprendiendo. Esto implica que el poder sobre el tiempo se transfiere del maestro y el currículum al niño, o que se pone su necesidad de tiempo en el centro de la educación.
También es importante recordar que cada niño o niña es diferente, lo cual significa que cada niño desarrolla y aprende a una velocidad distinta. Dentro de lo posible, necesitamos adecuar nuestro sistema educativo para que se ajuste al tiempo justo de cada niño.
J.D. Las familias, hoy en día, parecen prisioneras de la prisa. Por una parte quieren dar lo mejor a sus hijos e hijas, y por otra no pueden estar con ellos en calma. En muchos casos la imposibilidad es real: madres solas trabajadoras, familias con trabajos precarios…y eso significa estrés para llegar a todo ¿Hasta qué punto la educación lenta es posible en casa?
C.H. Hay, claramente, muchas presiones sobre las familias. De hecho, la educación lenta empieza en casa. Mucho antes de que los niños vayan a la escuela, los padres pueden dar forma al uso de su tiempo, mostrarles el valor del silencio y de la reflexión, enseñarles el arte de la paciencia. Pero ante todo, los padres y las madres deberían dejar de vivir acelerados. Es duro, pero no imposible. Siempre hay maneras de reducir el frenesí y llevar la calma a casa.
J.D. Las presiones sobre la escuela para que aumenten los contenidos del currículum, se avancen los objetivos en el tiempo –por ejemplo el aprender a leer-, los niños y niñas estén absolutamente ocupados… están muy generalizadas. ¿Intuyes algún tipo de relación entre estos fenómenos y el llamado “fracaso escolar”?
C.H. El “fracaso escolar” tiene muchas otras causas, más allá de la actual gestión de las escuelas, incluyendo las crisis familiares, la pobreza, la sustitución de las interacciones personales por la tecnología, etc. Pero ciertamente, podemos darle una parte de la culpa a nuestra obsesión con la educación precoz, con el énfasis en la presión por saturar de aprendizajes académicos cada vez más temprano y más rápido. Esta manera de hacer es contraria al aprendizaje. Es por ésta razón que las culturas que se basaban en el aprendizaje precoz en Asia, ahora están modificando este modelo de alta presión, reduciendo las horas de clase, los deberes y el énfasis en los exámenes. Es por ésta
razón que las escuelas de toda Inglaterra están boicoteando el SAT (test estándar de conocimientos adquiridos), porque los maestros consideran que presionan demasiado a los niños y distorsionan la educación. Y es por ésta razón que Finlandia, donde los niños empiezan la escuela a los siete años y hacen menos exámenes, deberes y horas de clase, se ha convertido en el país favorito de la educación internacional.
J.D. El sistema educativo intenta ser equitativo y compensar las desigualdades de origen existentes entre la población que llega a la escuela. Adaptar la escuela a los ritmos de aprendizaje de cada niño o niña parece ser un buen objetivo que está relacionado con los planteamientos de la educación lenta. ¿Conoces experiencias que hayan desarrollado estos objetivos y hayan obtenido resultados en esta dirección?
C.H. Hasta cierto punto, creo que los buenos maestros, sea cual sea el sistema con el que enseñen, intentan respetar el ritmo de cada alumno. Cualquiera que haya estado en una clase sabe que este es precisamente el modo natural de enseñar. Por ésta razón, en la escuela primaria publica de Londres a la que van mis hijos, los maestros agrupan a los niños de diferentes formas en función de los aprendizajes y hacen lo posible por dar a cada niño el tiempo que necesita. El problema es que el sistema muchas veces no da suficiente tiempo o suficiente libertad para llevar este modelo tan lejos como sea necesario.
Hace poco visité la escuela Steiner de South Devon, un centro Waldorf al sureste de Inglaterra, y me impresionó su insistencia en adaptarse al ritmo de aprendizaje de cada niño. Creo que el modelo de escuelas de Reggio Emilia, en Italia, es otro ejemplo brillante de cómo dar curso a la curiosidad y a la capacidad de aprender de los niños, a través del respeto a sus ritmos.
J.D. La educación lenta es más una “educación del tiempo justo” que una educación que no plantea exigencias, o que se limita a “dejar pasar el tiempo” sin ningún tipo de planificación. ¿Crees sin embargo que el término educación lenta debe seguir planteándose?
C.H. Esto es una cuestión que afecta a todo el movimiento Slow, el movimiento Lento. En nuestra cultura, la palabra lento es una palabra sucia, es sinónimo de perezoso, aburrido, ineficiente, no moderno. Pero la buena noticia es que el movimiento Slow está consiguiendo romper con este tabú. La gente entiende cada vez más que Lento o Lenta tiene un significado más amplio y más profundo que lento, que representa toda una filosofía de vida.
Seguro que sería más exacto hablar de educación del tiempo justo, pero no sería muy atractivo como eslogan. La belleza de la palabra lento, lenta es que es expresiva, ingeniosa, contracultural y provocativa; fuerza a la gente a pararse, pensar y quizá replantearse sus prejuicios.
J.D. Creo que la educación tiene un papel clave en la construcción de nuevas maneras de vivir, sentir y organizar el tiempo entre las nuevas generaciones. ¿Hasta qué punto crees que esto es posible? ¿O piensas que hay otros factores mucho más decisivos?
C.H. Estoy de acuerdo con que la educación tiene un rol clave, en esto. Es más fácil formar mentalidades, destruir prejuicios y abrir mentes cuando tratas con niños y niñas. Se hace más difícil cambiar las actitudes de la gente cuando son mayores porque estas actitudes se endurecen con el tiempo.
Dicho esto, hay también otros factores. Si tenemos que crear nuevas formas de vivir, sentir y organizar el tiempo, también debemos revolucionar nuestros sistemas políticos y económicos.
Preguntas de Carl Honoré a Joan Domènech
C.H. El término Slow Education, Educación Lenta, se ha hecho global. Joan, ¿piensas que algunas culturas tienen más inclinación natural a aceptar ésta nueva manera de pensar sobre la educación?
J.D. Seguramente. Hay culturas que, por los contextos en los que se desarrollan, pueden tener un planteamiento más lento de entrada. El problema es que, en un mundo globalizado, todo queda contaminado y, en nuestro caso, la velocidad, las prisas, los objetivos del “cuanto antes mejor” llegan a cualquier lugar del planeta. Las culturas que habían construido otra forma de entender el tiempo o que conservaban valores como los que queremos recuperar, se han visto inmersos en una corriente favorable a la velocidad, a la rapidez. Yo creo que, en estas culturas, la velocidad se ha identificado con el progreso y, por lo tanto, han pensado que, o aceleran, o pierden el tren del progreso y la mejora educativa.
La globalización tiene esta parte negativa, pero también la parte positiva de extender por todo el planeta la idea que hay que desacelerar nuestras vidas y, naturalmente, la educación si, en este caso, queremos conseguir una educación más en correspondencia con el desarrollo de una sociedad más justa, más inclusiva, más equitativa.
La educación lenta y el retorno a la verdadera calidad de los aprendizajes y de la educación son dos aspectos íntimamente unidos.
C.H. La comunidad empresarial siempre se queja que los alumnos no están suficientemente bien formados hoy en día. ¿Qué crees que la educación lenta tiene para ofrecer al mundo de la empresa? ¿Y cómo podemos argumentar mejor la educación lenta a los empresarios?
J.D. Yo mantengo que los planteamientos de la educación lenta, más respetuosos con los ritmos de aprendizaje de los niños y jóvenes han de traer grandes beneficios tanto a todo aquél alumnado que ha visto castigada su lentitud, su ritmo de aprendizaje más lento y diferente, como a todos alumnos que por sus capacidades – entre ellas las de adaptación a una educación claramente memorística y descontextualizada – tienen éxito en la actualidad. Creo profundamente que un planteamiento más respetuoso con los procesos educativos de todos los niños y niñas, que insiste en hacer aprendizajes que
sean realmente comprendidos, ha de mejorar la formación de todos los ciudadanos sin ningún tipo de excepción.
Estamos acostumbrados a pensar que la formación sólo depende de los aprendizajes académicos que los jóvenes hacen. Hoy, tenemos la constatación de que esta afirmación está muy lejos de la realidad. Una formación de calidad comporta unos aprendizajes académicos y otros relacionales y emocionales, igualmente importantes.
Es tan importante saber muchas cosas, como saberlas aplicar, como saberlas trabajar y desarrollar cooperativamente. Es tan importante tener muchos aprendizajes asumidos como ser una persona capaz de orientarse y relacionarse en un mundo complejo y que cambia de forma muy rápida.
Pero no podemos olvidar que una buena educación no nos trae una integración simple en la sociedad. En este sentido, si la educación lenta ha de comportar una mejor educación, también significa que los niños y jóvenes que puedan disfrutar de ésta educación mejor, también se convertirán en ciudadanos más conocedores de la sociedad y también más críticos hacia las formas actuales de explotación y beneficios de la empresa. Sobre todo de los empresarios que no buscan el desarrollo social y económico del país, que también los hay, sino de los que tienen como objetivo el máximo beneficio en el mínimo tiempo – otro fenómeno de ésta sociedad acelerada.
C.H. Los críticos a veces dicen que la educación lenta sólo funciona con niños de familias estables de clase media. ¿Crees que es verdad? ¿Cómo podría adaptarse la educación lenta a niños y niñas con distintos orígenes sociales?
J.D. De la respuesta anterior se pueden desprender elementos para ésta. La educación lenta, en tanto que intenta dar el tiempo necesario para que todos los aprendizajes puedan hacerse en el tiempo justo, da la oportunidad a todos los excluídos porque su ritmo no es el adecuado. A menudo, estos ritmos más lentos se relacionan con procesos sociales y familiares de más carencias a nivel cultural o socioeconómico. La riqueza de un entorno educativo que puede dar una familia de clase media, con acceso constante a manifestaciones y productos culturales, posibilidades constantes de viajes, círculos sociales y familiares muy ricos…contrasta con otros ambientes y entornos con muchas carencias, a menudo estructurales. Es en estos entornos donde la respuesta desde la educación lenta debe dar sus frutos, intentando superar estos hándicaps culturales, en base a procesos que estén mucho más cerca de las necesidades educativas concretas de la población escolar.

Nuevas preguntas de Joan Domènech a Carl Honoré
J.D. Los movimientos Slow son, en cierta medida, movimientos contraculturales. Sin embargo, sus vinculaciones directamente políticas no son relevantes. Creo que son, en su mayoría, movimientos plurales e interclasistas. Pero hay razones para pensar que los planteamientos Slow tienen también un sentido profundamente político, democrático. Veo una relación directa con planteamientos como los del decrecimiento o los movimientos ecologistas, incluso con planteamientos políticos
como los que realiza el grupo Ecología y Europa. ¿Hasta qué punto piensas que el movimiento Slow es una alternativa no solamente individual, sino también con un profundo carácter social, económico y, por lo tanto, político y alternativo?
C.H. El movimiento Slow no es una nueva tendencia de moda de las que hablan los suplementos dominicales. Va mucho más allá que esto. En esencia, es una revolución cultural con el poder de redimensionar todo aquello que hacemos. Crear un mundo lento implica reescribir las reglas de todo, desde la política y la democracia hasta la economía o la manera en que llevamos nuestras relaciones personales y construimos las comunidades. Una vez empiezas a ralentizar una parte de tu vida, abres el espacio a una reflexión más profunda y eso comporta cambios mucho más poderosos.
El movimiento Slow comparte con otros movimientos como el ambientalismo, el decrecimiento y otros, el objetivo de reinventar completamente nuestra sociedad y cultura.
J.D. Para acabar ¿cuáles piensas que son las principales dificultades o escollos con los que nos encontramos en el día a día, que dificultan estos planteamientos que hacemos? Es evidente que la educación lenta debe ir acompañada de una vida lenta pero ¿cómo podemos ser más consecuentes y no sentir que realizamos sólo experiencias aisladas? ¿Como podemos, en la práctica, fortalecer esta corriente de opinión y hacer frente a los que piensan que nada se puede hacer para cambiar este ritmo vertiginoso?
C.H. Hay muchas presiones (expectativas en el lugar de trabajo, la cultura del consumidor, etc.) para continuar yendo rápido. Creo que la velocidad también es una forma de negación, una manera de evitar preguntas grandes y difíciles. Pero quizás el obstáculo más grande para ralentizar es el tabú cultural en contra de la lentitud. Lento es una palabra sucia en nuestra cultura. Y eso hace que desacelerar sea difícil para la gente, incluso cuando quiere hacerlo.
El primer paso para provocar una revolución lenta es destruir este tabú. Hemos de mostrar de muchas maneras que ralentizar sería bueno para todos nosotros. Podemos escribir blogs, libros, artículos; dar conferencias y conceder entrevistas; enseñar ésta lección a nuestros niños desde pequeños. O, simplemente, mostrar a los otros que ir más lentos nos ha dado una vida rica y feliz.
Este cambio ya está pasando. La filosofía lenta ha ganado una gran credibilidad en los años recientes. A medida que gane aceptación cultural, será más fácil para la gente desafiar el status quo y poner los frenos. Yo sigo siendo optimista, porque el anhelo de la lentitud está ahora increíblemente extendido y es poderoso. Parece que ralentizar no es algo tan malo para la gente, o que la gente no pueda desear.
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